La educación digital

La educación digital es ciertamente un trabajo de amor. Al mismo tiempo es una discusión reflexiva y detallada sobre la forma de la educación del futuro.(Howard Gardner. Graduate School of Education. Harvard.)

PREFACIO

Este libro se propone presentar un panorama de la aplicación de las nuevas tecnologías digitales en la educación de este fin de siglo. En algunos casos hemos identificado aquellas que ya se emplean con todo éxito, en otros nos encontraremos con promesas a la espera de confirmación. Haremos, eso sí, lo posible por despertar un "entusiasmo crítico" para una implementación efectiva y beneficiosa de la mejor tecnología al servicio de la educación, es decir de la persona humana.
Se trata de un gran desafío pues, por una parte, la multiplicidad y la complejidad de las nuevas tecnologías desbordan constantemente los límites tradicionales de las ciencias de la educación y, por otra, nadie sabe cuáles serán las tecnologías que perdurarán en la educación del próximo siglo. Un texto de estas características deberá someterse a revisión en forma periódica por cuanto la explosión tecnológica es de tal magnitud que muchas innovaciones, que parecían imposibles de aplicar en el campo de la educación hace pocos años, hoy ya son moneda corriente. Esta tendencia se extiende a todas las latitudes y, a veces, un producto de alta tecnología de un país avanzado encuentra una aplicación educativa en un país periférico antes que en el propio lugar de origen.

En el límite, toda tecnología puede encontrar una aplicación válida en la educación. De esto se sigue que la responsabilidad de un "buen uso" de las nuevas herramientas recae plenamente sobre el educador, los padres y los mismos alumnos. Este buen uso estará determinado por una correcta adecuación de las nuevas y poderosas tecnologías al mejoramiento del proceso de aprendizaje. El diseño de las futuras herramientas tecnológicas para la educación dependerá en gran medida de este compromiso que el auténtico educador no deberá delegar jamás en la tecnocracia o en la burocracia, ambas muy proclives a transformar las innovaciones tecnológicas en fines en sí mismos. El fin de la educación es la formación integral del ser humano y la tecnología que pasaremos a analizar es un medio que resultará indispensable para alcanzar esa noble meta.

Una palabra para los lectores sudamericanos. Este libro es el fruto de más de quince años de trabajo de campo en la educación digital y por eso, creemos, podrá brindar una ayuda para nuestros colegas de la región. La mayor parte de las tecnologías digitales que describimos en este libro han sido ensayadas minuciosamente por nosotros en los más variados contextos educativos y en diferentes países de América del Sur. Nuestras evaluaciones, por consiguiente, están basadas en una intensa práctica cotidiana y nos atrevemos a pensar que podrán ser de utilidad para quienes se inicien en el mundo digital o deseen continuar su perfeccionamiento en esta dirección.
Este libro es también el producto de una colaboración permanente con múltiples equipos de profesionales de diversas disciplinas. A todos ellos nuestro reconocimiento más sincero y nuestros deseos de éxito, ya que la semilla sembrada con tanto esfuerzo ha comenzado a fructificar. A su vez, este punto de apoyo en nuestra experiencia personal, generacional y regional nos ha servido para procesar una gran cantidad de información proveniente de los países más avanzados en las nuevas tecnologías, con los que hemos mantenido estrechos y provechosos contactos durante estos años.
Agradecemos ante todo a nuestro amigo Horacio C. Reggini, pionero indiscutible en este campo, quien nos ayudó en innumerables proyectos digitales desde el comienzo mismo de nuestra actividad educativa. Uno de nosotros tuvo el privilegio de trabajar con Jean Piaget en Ginebra en el Centro Internacional de Epistemología Genética, en variadas oportunidades, desde 1961. Allí conoció a Seymour Papert, cuyas profecías digitales no sólo se cumplieron sino que permitieron establecer un nexo fecundo entre las teorías epigenéticas y constructivistas con las prácticas educativas de la era digital. Tenemos también una gran deuda con Marvin Minsky y Nicholas Negroponte, del Massachusetts Institute of Technology quienes han creado un mundo digital más amigable e inteligente y con Steve Ocko, diseñador inspirado de juguetes digitales. En particular, el notable libro de Negroponte, Ser digital, se convirtió para nosotros en una guía de reflexión y en un estímulo para seguir avanzando en el campo de la educación digital. Una mención muy especial merece nuestra querida colega Lea da Cruz Fagundes, de la Universidade Federal do Rio Grande do Sul, en Porto Alegre, quien ha sido capaz de implementar exitosamente muchas de las tecnologías educativas descriptas en este libro en la inmensa escala geográfica y humana del Brasil.
Queremos también agradecer a dos instituciones educativas de Buenos Aires que nos abrieron sus puertas con generosidad. El Instituto Oral Modelo, que inició, cuando nadie lo hacía en el mundo, la actividad computacional para discapacitados auditivos y al Colegio San Martín de Tours de niñas, donde hemos podido aplicar gran parte de las ideas más avanzadas expuestas en este libro. El apoyo de los profesionales de estos colegios, de sus autoridades y, sobre todo, la maravillosa colaboración de sus alumnos y alumnas nos han permitido penetrar en la intimidad del proceso de aprendizaje y de enseñanza de una nueva generación digital. Pero sería imposible mencionar a todas las personas que nos han inspirado y ayudado en la redacción de este libro; la lista ocuparía muchos K de memoria en nuestra computadora. Han sido numerosos nuestros alumnos y colegas en diversos laboratorios, colegios y universidades de distintos países, ellos saben cuánto los recordamos y les agradecemos en estos años de esfuerzos compartidos para ingresar en una nueva era del conocimiento.

I. UNA NUEVA ERA
Se dice que, hace miles de años, empezamos a contar con los dedos y que de allí nacieron los números o dígitos, que eran diez. Hasta que se inventó el 0. Leibniz probó que todos los números se pueden escribir con sólo dos dígitos, el 1 y el 0. Se inauguró así en el siglo XVII la "era binaria". Se demostró después que esta simplificación favorecía el cálculo automático y que las máquinas podían efectuar cualquier cálculo realizado efectivamente por un calculista humano (conocido también como "computador"). A estas máquinas se las llamó, en inglés, digital computers, computadoras o computadores digitales. A los dígitos binarios 1 y 0 se los bautizó bits, binary digits, que se convirtieron en los "elementos" de la información. Y comenzó a mediados de este siglo la "era digital". Las máquinas digitales se revelaron como "máquinas universales" y pronto desbordaron el cauce numérico de sus orígenes. No sólo sirven para hacer enormes cálculos a gran velocidad sino que los mismos dígitos binarios se pueden emplear para representar y para transmitir toda suerte de información, para procesar textos, imágenes y sonidos.
Esta prodigiosa versatilidad digital ha transformado profundamente a la sociedad de este fin de siglo y, como veremos, ha iniciado una revolución irreversible en la educación. Especialmente ha invertido el paradigma pedagógico que giraba en torno a la escuela, centro tradicional de atracción y foco del aprendizaje. La educación digital ha comenzado a distribuir el conocimiento fuera de la escuela, del colegio y de la universidad, llevándolo hacia el hogar y el trabajo, gracias al empleo creciente de la informática y de las telecomunicaciones.
La materia prima de la nueva educación es el bit por segundo, la cantidad de información por unidad de tiempo. De allí el programa fascinante de irradiar bits por el mundo. La educación digital se basa precisamente en esta distribución centrífuga del conocimiento. El bit es un elemento indestructible, algo así como el gen hereditario que se transmite intacto de generación en generación. Tiene una capacidad ilimitada para combinarse con otros bits y puede correr a la velocidad de la luz por las redes digitales. Los dígitos binarios 1 y 0 bastan para representar las más variadas formas del mundo continuo y cambiante, del mundo "analógico" donde vivimos. Ese proceso se llama "digitalización". Y con la digitalización nada quedará como antes aunque todavía nos resulte difícil comprender en profundidad el impacto de este nuevo modo de comunicación y de información, en particular en la educación de las nuevas generaciones.
El siguiente "experimento mental" es provocador. Si resucitáramos a un médico que practicaba la cirugía hace un siglo y lo lleváramos a un quirófano moderno, se encontraría perdido y ciertamente no podría ejercer su profesión. Por otro lado si despertáramos a un maestro que ejercía la educación también hace un siglo y lo invitáramos a una escuela de nuestro barrio, no la encontraría muy cambiada y seguramente podría dar su clase. Esta comparación (que no es nuestra, sino que hemos recogido de otros) es irritante, pero cierta. Una interpretación inmediata es que la educación no ha progresado tanto como las ciencias médicas. Sin embargo, y este es el mensaje central de este libro, muchos son los indicios que señalan que la educación está por dar un cambio sustancial en el umbral del siglo XXI, una transformación como nunca se ha visto. Un cambio digital.
En realidad asistimos a la agonía de una forma secular de educar. En todos los niveles de enseñanza, desde el jardín de infantes hasta los institutos superiores de investigación y enseñanza, nos encontramos en una fase de transición crítica del sistema educativo. En este punto, una levísima perturbación de las condiciones políticas, sociales y económicas puede hacer balancear las instituciones educativas hacia una regresión irreversible o hacia una nueva etapa constructiva, colmada de desafíos e interrogantes. Bastaría una onda de "fundamentalismo" ideológico o de "proteccionismo" comercial para destruir irremisiblemente a la educación del futuro. Sería suficiente, en cambio, el impulso de una genuina "desregularización" de las comunicaciones y de la educación para abrir nuevas oportunidades a la enseñanza y al aprendizaje de todo tipo y nivel.
Nadie sabe a ciencia cierta cómo y cuándo se manifestará en concreto este nuevo mundo de la educación digital, pero hay, por de pronto, muchos indicios que anuncian el fin irremediable de la educación tradicional. Todo es cuestión de adelantarse a ese momento, de estar preparado para ofrecer nuevas soluciones a los nuevos problemas, algo semejante a lo que sucedió con el derrumbe del muro de Berlín. Personalmente estamos convencidos de la victoria de la libertad y de la caída de las barreras que agobian a la educación. Este libro está escrito a partir de este optimismo crítico. Sería nuestro mayor deseo poder contribuir a desentrañar los signos premonitorios de este cambio y trazar algunos caminos para el futuro de la educación. Pero somos conscientes de nuestras limitaciones y no creemos en las profecías científicas. Lo que sigue es una reflexión sobre lo que se puede hacer en la práctica para provocar esos cambios digitales que consideramos deseables.

La globalización, primer signo de cambio

No quedan dudas sobre el impacto del fenómeno de la globalización en las relaciones humanas y en las transacciones de todo tipo, pero debemos reconocer que paradójicamente, hasta ahora, el principal sector que ha resistido frontal y tenazmente a esta globalización es la propia educación. No existe una "educación global", planetaria, en el sentido, por ejemplo, del turismo, que se encuentra en explosivo crecimiento y moviliza ingentes recursos en todo el mundo. En lugar de promover esa tendencia centrífuga que será fuente de riqueza y de bienestar muchos gobernantes y educadores se esfuerzan por defender lo indefendible. Se aplican tozudamente en proteger su jurisdicción educacional, con los viejos argumentos nacionalistas, que en este campo, como en tantos otros, han sido superados por los acontecimientos. Esa actitud localista y centralizadora está profundamente errada y deberá cambiar. Además, ¿qué mejor manera de defender una cultura local o nacional que abrirse al mundo y hacerla conocer a todos?
Lamentablemente, cuando se proponen modificaciones en los programas de educación para integrar las nuevas tecnologías digitales sucede que el punto de vista localista es tan arraigado que estas iniciativas muchas veces sólo sirven para proteger el statu quo, para hacer más de lo mismo. Se cambia simplemente el "soporte" para que nada cambie... No se piensa explícitamente en la integración de los conocimientos dentro de una escuela, entre las mismas escuelas y entre regiones y países.
Pero creemos que en el futuro será imprescindible que todas nuestras acciones educativas estén diseñadas para que también tengan sentido fuera de nuestro circuito local. Son todavía pocos los que se atreven a impulsar la idea de convertir a la educación en una empresa cultural de carácter global, integrada regional e internacionalmente, en una genuina actividad "globalizada". En tal sentido, es bien conocido el aporte de la escuela piagetiana en el reconocimiento de los procesos de "descentración" y de "co-operación" en la constitución del conocimiento. Piaget decía que "es imposible en cualquier nivel separar al objeto del sujeto. Sólo existen las relaciones entre ambos, pero estas relaciones pueden estar más o menos centradas o descentradas y el pasaje de la subjetividad a la objetividad consiste precisamente en esta inversión de sentido". Por esta razón, tomar en cuenta el punto de vista del otro es una condición de crecimiento y de desarrollo personal. Comunicarse, además, con personas de otros ambientes y culturas es potenciar la solidaridad social y el talento individual.
A pesar de algunas iniciativas promisorias como las asociaciones internacionales de colegios universitarios que incluyen un intercambio permanente de alumnos y profesores, o los sistemas de reconocimiento de cursos superiores entre países, como sucede en algunos programas universitarios dentro de la comunidad europea, poco se hace aún para la integración sistemática de la enseñanza a nivel regional o mundial. Las becas y subsidios de viajes demuestran la conveniencia de "sacar" a un individuo de su medio habitual para su progreso personal y el de toda la comunidad. Es cierto que hay miles de becarios dando vueltas por el mundo, pero son legión los que deciden quedarse en los centros de mayor atracción cultural. En tales casos fracasa el propósito de "intercambio educativo", la necesidad imperiosa de establecer una doble vía de comunicación. Creemos que, frente a esta situación, la educación digital inventará nuevos caminos para mantener en contacto a los estudiantes y profesores a través de las distancias y acercará más a todos.
En efecto, sabemos que las nuevas redes digitales podrán revertir algún día ese proceso de dispersión y despilfarro de recursos. Por el momento, las comunicaciones educativas son extremadamente restringidas y no se pueden comparar a ningún sistema exitoso en vigencia en otros ámbitos. Consultemos simplemente la información on line para las reservas de vuelos aéreos o los sistemas bancarios. ¿Acaso hay algo parecido en educación? Este es el drama actual: no hay suficiente conciencia del inaceptable atraso en el tema de las comunicaciones en educación. Pero el destino de la educación dependerá, en gran medida, de la libertad para aprender y enseñar que nos otorgarán las comunicaciones por encima de todas las fronteras físicas y mentales.

El inglés, el nuevo lenguaje planetario

La difusión del inglés como lengua universal es un claro signo cultural de la globalización de este fin de siglo, pero la enseñanza del inglés como segunda lengua en la escuela tradicional deja mucho que desear en todas partes del mundo. No se ha tomado suficiente conciencia del atraso que significa para la globalización el no poder comunicarse en inglés. Una vez más la educación mira hacia otro lado en lugar de movilizar suficientes recursos materiales y humanos para resolver un problema tan serio y urgente.
Mucho se podría avanzar en el aprendizaje de cualquier idioma extranjero, por ejemplo, con un fácil acceso a videoconferencias y a Internet desde el colegio y desde las propias casas. Lamentablemente todavía las comunicaciones tienen un costo demasiado alto ¡Nadie aprendería su propia lengua si fuera necesario pagar las horas de comunicación verbal con la tarifa vigente en las compañías de telecomunicaciones, cuanto más para aprender una segunda lengua! Pero esta situación no podrá continuar por mucho tiempo debido al crecimiento de los vínculos digitales entre las personas y a la eliminación de los monopolios estatales y privados. En esta tendencia hacia la desregulación vemos una luz de esperanza para una educación globalizada.

Un cambio de escala en la educación

El acceso masivo a la educación es un fenómeno social prodigioso en sí mismo pero que no asegura la calidad de esa educación. ¿Cómo hacer para mantener la calidad de la enseñanza frente a la avalancha de candidatos, al desborde de las exigencias laborales y a la presión social? Nadie sabe a ciencia cierta cómo proceder con sensatez en este campo, pero nada impide que en algún punto se combinen la cantidad y la calidad bajo nuevas formas difíciles de imaginar aún.
Sabemos que la educación es un servicio cuya demanda crece en forma rápida. Es el momento de generar nuevos "empresarios de la educación" para que procedan a derribar las murallas que siguen aislando a las diferentes comunidades educativas del mundo y, de esa forma, se aprovechen mejor tantos talentos dispersos. Podemos imaginar, tal vez, un nuevo tipo de empresa educativa globalizada pero nos oponemos frontalmente a la idea de convertir a la educación en una mera subsidiaria de las empresas de medios y comunicaciones. Lo que se necesita es gente de la educación con genuina capacidad empresaria. No empresarios que pretendan hacer educación de cualquier manera.
Debemos reconocer que la introducción masiva de las nuevas tecnologías digitales no ha cambiado demasiado la intimidad del proceso educativo aunque en muchos países, incluido el nuestro, el número de computadoras en las casas supera al que se encuentra en las escuelas. Es un buen comienzo para lanzar a funcionar una educación globalizada. ¿Quién hubiera imaginado esta distribución de computadoras hace sólo una década? Pero aquí subsiste un problema grave y difícil de resolver: las computadoras en las casas no siempre tienen usos educativos interesantes y raramente están conectadas con la escuela. Una vez más corremos el riesgo de quedarnos en la superficie de las estadísticas en lugar de evaluar la profundidad de los cambios educativos deseables.
En las escuelas más afortunadas "cuando se dupliquen los alumnos se duplicarán las máquinas" pero los niños siguen aprendiendo como antes y los adultos enseñan esencialmente de la misma manera ¡con computadoras o sin ellas! Es como si se evaluara una sociedad por el número de personas que saben conducir un automóvil, lo que no nos dice mucho sobre la conducta al volante ni menos sobre la calidad de vida del mundo motorizado. Por ejemplo: cuando se empezó a "informatizar" el sistema educativo, algunos comprobamos que no tenía sentido seguir aumentando ciegamente el número de equipos en la escuela y que era menester recurrir a las computadoras existentes en las casas. Para ello implementamos algo nuevo, la red digital, algo casi subversivo para el carácter tradicionalmente centrípeto de la escuela, cuya regla es que el alumno "debe aprender en el aula". Una red de computadoras, por el contrario centrifuga las ideas, las mezcla, las hace correr por caminos raramente transitados, permite que "la escuela vaya al alumno". No es fácil, como se comprende, implementar una propuesta que corre en sentido exactamente opuesto a la modalidad fuertemente centralizada por siglos de educación presencial, pero las ventajas están a la vista. Ahora podemos exigir una enseñanza distribuida, antes estábamos obligados a un aprendizaje concentrado.
Piaget solía citar la frase del físico Ch. E. Guye que decía "la escala crea el fenómeno". En efecto, debemos saber que el cambio de escala provoca fenómenos nuevos tanto en la materia como en la mente, donde el cambio de magnitud genera con frecuencia una "catástrofe cognitiva" a la manera de René Thom. Esto significa que lo que es perfectamente válido en una escala deja de serlo en otra, lo que no excluye que la transición pueda ser también una catástrofe feliz. El cambio de escala en la educación obliga a un cambio de actitud frente a las comunicaciones. Por eso es triste comprobar que frecuentemente se alientan vanas esperanzas dentro del ámbito escolar y se hace alarde de disponer de recursos maravillosos que en la práctica no son tales pues están limitados a unos pocos accesos a la red digital y a un altísimo costo operativo. Es mejor comenzar más modestamente despertando el interés real por las redes internas de la escuela, de costo cero, siguiendo con las comunicaciones locales a las casas hasta poder llegar al mundo de Internet, con millones de usuarios en una red planetaria que se expande a pasos exponenciales. Estos cambios de escala son muy difíciles de captar. ¿Quién puede honestamente imaginar una red internacional de un millón de escolares si ya aparecen problemas absolutamente nuevos con redes internas de pocos cientos de alumnos? ¿Cómo se podría usar esta red colosal de manera sensata, creativa y digna?
La tendencia docente más difundida es la de defender sistemas de comunicación "controlables". Las consecuencias educativas de esta inercia mental son graves. Se sigue enseñando lo mismo, con redes o sin ellas, cuando todo obligaría a inventar, en la nueva escala global de las comunicaciones, temas que son imposibles de imaginar y realizar en el nivel local. Para ello es menester prepararse en forma escalonada, probando y corrigiendo continuamente hasta dominar la escala en que uno se encuentra. Eso llevará años. Se trata de una nueva frontera: conquistar progresivamente nuevas escalas de conectividad e interactividad. Esa será la manera más apropiada de entrar en la nueva era digital.

II. LA EDUCACION Y SUS CIRCUNSTANCIAS

En lo que nos atañe hay una evidente correlación entre la marginalidad social y las carencias educativas. Hoy más que nunca se cuestiona la enseñanza tradicional que en muchos casos se ha vuelto "reaccionaria". Percibimos que se mantiene un desfasaje creciente entre la acelerada transformación de la sociedad, la cultura, la política, la economía y la producción frente a los conocimientos y valores impartidos en el aula. En efecto, nadie puede negar que es difícil mantener a los docentes actualizados en los temas más relevantes o interesar a los alumnos en tareas que tienen poca vigencia en la vida cotidiana y en el trabajo. Además, como las empresas exigen un personal cada vez mejor capacitado, los responsables en recursos humanos deben luchar constantemente contra las fallas sensibles en la educación de quienes ingresan y también contra la insuficiente capacitación recibida en el propio trabajo.




Educación y empresa.

La visión "eficientista", ahora de moda, que pretende imponer una educación dirigida principalmente a la producción, tiene también serias limitaciones. Nosotros no la compartimos tal como muchas veces se la presenta. Mantenemos que la educación va mucho más allá de la adquisición de una habilidad, de un know how particular. La educación es en realidad la adquisición de una "segunda naturaleza", de un hábito mental, como decían los antiguos maestros, que impregna toda la conducta y todo el saber. El hábito de aprender es lo que distingue al hombre civilizado. Pero debemos reconocer que los cambios globales de la última década han sido tan prodigiosos que la enseñanza formal no ha logrado todavía incorporarlos con acierto.
Entraremos con nuevos hábitos, buenos y malos, en la educación del tercer milenio. A nuestro entender esto es evidente en la incomprensible marginación de la educación respecto de las tres actividades de mayor crecimiento del mundo, la llamada triple T de las telecomunicaciones, turismo y transporte. Las escuelas siguen considerando a las telecomunicaciones como un gasto y no como una inversión esencial. La educación a distancia y la presencial continúan en pugna en lugar de complementarse. En cuanto al turismo son contadas las iniciativas educativas valiosas y sistemáticas al respecto. En general se reducen a viajes escolares de fin de curso, sin llegar a crear un ambiente propicio para la instrucción in situ, fuera de los muros de la escuela. Pero nadie negaría, por ejemplo, que la mejor manera de aprender un idioma es vivir en el lugar donde se lo habla. Finalmente, las nuevas tecnologías de la construcción permiten crear escuelas, talleres y laboratorios móviles, estructuras funcionales más abiertas y flexibles, bien equipadas y transportables, y no fijas y cerradas entre paredes de ladrillo. ¿Veremos tal vez algún día aparecer un "campamento educativo" de nuevo estilo, perfectamente equipado y conectado por red?
Reconocemos que el sistema educativo tradicional se encuentra muchas veces separado del resto de la sociedad y que ésta, incluso, la percibe a menudo, y paradójicamente, como una rémora, un obstáculo para su desarrollo. Lo repetimos, las instituciones educativas como tales, son las más reacias a la globalización. Pero aquellas que no se abran al mundo real, que no cambien radicalmente en su modo de enseñar a las nuevas generaciones que vivirán en el siglo XXI, serán eliminadas por la misma sociedad, como está sucediendo con industrias y servicios obsoletos. La educación deberá abandonar definitivamente el aislacionismo en el que se ha enquistado, renunciar a privilegios anacrónicos e integrarse debidamente en la sociedad abierta.
Pensamos que en este proceso de globalización de la educación las empresas jugarán un papel protagónico cada día más importante. En efecto, las empresas (exitosas) saben adaptarse a los cambios del mercado con mucha rapidez; la educación no siempre sabe hacerlo, es lenta y muchas veces reacciona tarde a los cambios. Las mejores empresas conocen muy bien la relación costo/ beneficio y hacen lo posible para mejorar su producto final, procuran una calidad total, corrigen sobre la marcha y no esperan un examen final para rechazar un producto. En la educación estas ideas (en la jerga empresaria lean production) parecen extrañas, aunque algunos pioneros han comenzado a aplicarlas. Tampoco se penaliza una "mala práctica" en la enseñanza como en la medicina o en la ingeniería. Los responsables no están habituados a dar cuenta satisfactoria de los resultados estrictamente educativos de los ingentes recursos utilizados en la formación (demasiado prolongada a veces) de los alumnos, como es la obligación de las empresas frente a sus accionistas. Por eso deben ser bien recibidas las evaluaciones externas y auditorías educativas que comienzan a aplicarse en algunos lugares.
Por otra parte, la práctica empresaria puede ser estimulada en el colegio, como se hace a veces con gran éxito en iniciativas comerciales dirigidas por grupos de alumnos (tipo Junior Achievement). A su vez, como contrapartida, las propias empresas deberán convertirse en centros educativos permanentes. Felizmente, son cada vez más numerosas las empresas comprometidas con la educación de su personal. Por ahora se la llama "capacitación", para diferenciarla de la educación formal, pero pronto descubriremos que estamos hablando del mismo proceso educativo. En efecto, muchas empresas tienen vínculos con universidades, algunas con establecimientos secundarios y técnicos (pero muy pocas con el nivel primario). La pregunta es: ¿por qué siguen tan desconectados aún el mundo del trabajo y el mundo de la educación? Y sus derivadas: ¿no podrían ambos interactuar mejor y complementarse? ¿qué diferencia hay, realmente, entre aprender y trabajar? ¿se puede aprender sin trabajar? o ¿se puede trabajar sin aprender?

Educación y estado.

En esta transición hacia una globalización de la educación el Estado deberá cambiar su orientación. Es de la mayor urgencia, en efecto, otorgar la mayor libertad posible a los sistemas educativos nacionales para que encuentren su propio camino y estimular en todos los casos la competencia internacional. Los países empezarán tarde o temprano a "vender y a comprar educación". Ya lo hacen indirectamente a través de los medios masivos de comunicación, pero el intercambio se hará más genuino y efectivo con los servicios sin fronteras de una educación digital. Veremos fructificar en los próximos años este nuevo tipo de servicios educativos internacionales de una manera espectacular. Los países que se nieguen a abrir sus fronteras a este nuevo intercambio de ideas y de conocimientos se retrasarán inexorablemente. El Estado deberá garantizar y alentar este derecho de sus ciudadanos de transitar sin problemas por los nuevos territorios del mundo digital.
En suma, con el correr del tiempo, de la misma manera que la televisión libre se infiltra hasta en los países más totalitarios, así la educación más avanzada podrá penetrar en todas las regiones del globo siguiendo, entre otros medios, los caminos de las telecomunicaciones, el turismo y el transporte. De esta manera, disminuirá la imposición de horarios y lugares de encuentro y cada persona o grupo podrá optar por los cursos que más le convengan. La libertad de aprender y enseñar deberá ser preservada en su total integridad, como lo garantizan pero no siempre practican, las constituciones de los países modernos.
De esta manera desaparecerán progresivamente los territorios "cautivos" dentro del mapa de la educación, los alumnos y sus familias buscarán maestros y docentes en toda la red mundial de educación y elegirán a los que mejor respondan a sus reclamos y necesidades (¿y viceversa?). Los programas vigentes en una localidad serán sencillamente ignorados si no satisfacen las exigencias familiares y el apetito intelectual del alumno. Y, lo que es más serio, nadie ni nada lo podrá impedir. Muchos que hoy dedican su tiempo a crear programas educativos municipales, provinciales, nacionales, o internacionales, creyendo que pueden controlar los contenidos del aprendizaje hasta en su últimos detalles, serán superados por los acontecimientos en una educación global.
No habrá lugar en el mundo globalizado para un "pensamiento único" en la educación, para un programa dictado por los ministerios, para un currículum impuesto por una determinada doctrina educativa. La nueva sociedad del conocimiento pasará por encima de todas estas barreras, será una sociedad digital, mundial y libre. Hay razones para creer que no postulamos una utopía. Habrá que prepararse para ello, pero pocos son los que han tomado conciencia de que el muro de Berlín de la educación, que mantiene aislado a los Estados y a las personas, ya se ha derrumbado.



III. EL HÁBITO DIGITAL

Los antiguos filósofos decían que el hábito es una "segunda naturaleza". Eso significa que la naturaleza del hombre se enriquece (o empobrece), se perfecciona (o se denigra) con el hábito. Hay buenos y malos hábitos. Esta concepción, ligada a la noción de "virtud" tuvo, en su tiempo, importantes consecuencias prácticas en las costumbres y también en la moral, en la educación e incluso en la política. Actualmente el concepto de hábito ha pasado a segundo plano, tanto en la teoría como en la práctica, especialmente entre los educadores, pero merecería mayor atención.
En realidad podríamos decir que todo el proceso de la educación se basa en la creación de "nuevos hábitos". Recientemente las ciencias contemporáneas han venido al rescate de esta noción casi olvidada pero tan necesaria. Las ciencias cognitivas, la etología, las neurociencias, todas ellas investigan la adquisición de hábitos, su mantenimiento y su pérdida. Desde las conductas innatas, genéticamente programadas, hasta las más libres creaciones del espíritu humano, pasando por los reflejos elementales y los mecanismos neurofisiológicos de la "habituación" y adaptación, podemos decir que el aprendizaje humano se basa en la incesante construcción de nuevos hábitos. Jerome Bruner, el distinguido psicólogo y educador norteamericano ha llegado a afirmar que "el conocimiento sólo sirve cuando se convierte en hábito".
En algunos casos, como el que nos ocupa, el hábito está ligado a la irrupción masiva de una nueva tecnología en la sociedad humana. El automóvil, el teléfono, la radio, la televisión han creado nuevos hábitos en el mundo entero. También la informática ha modificado drásticamente los comportamientos sociales en los más variados campos en este fin de siglo. Sólo la educación, curiosamente, parecería inmune a esa transformación. No existe todavía un buen "hábito digital" de carácter educativo que pueda competir con otros que no lo son, como el "zapping" televisivo o los juegos de vídeo.
¿Pero cómo se forma este hábito digital? En primer lugar, la familiaridad con las computadoras y las comunicaciones para aprender y enseñar es todavía escasa. En efecto, la organización típica de una escuela (mal) llamada "informatizada" consiste en la existencia de un mundo aparte donde se "hace computación", con horarios rígidos y espaciados. Pero este ejercicio no influye, como debería hacerlo, en la intimidad de la educación. La prueba es que si quitásemos el pizarrón de un aula de esa escuela la maestra no podría dar clase, si en cambio elimináramos de un día para otro todas las computadoras, ¡las clases se seguirían dando sin problemas! (pero no así la facturación del colegio). En realidad, a pesar de tantos esfuerzos la computadora no se ha incorporado plenamente a la educación moderna. Aún no ha sido debidamente domesticada. Para muchos es apenas un instrumento que conviene tener por imposición social y/o programática. Ciertamente no ha logrado renovar, hasta hoy, los viejos hábitos de la enseñanza y del aprendizaje heredados del siglo pasado como las actividades presenciales, las clases magistrales, los exámenes.
Una forma práctica de generar hábitos digitales es la exposición continuada y sin restricciones a un ambiente informatizado. Así como la mejor manera de aprender una lengua es vivir en una comunidad donde se habla ese idioma, para adquirir el "idioma digital" es preciso vivir en un "hábitat digital". En general, son pocos los docentes que concurren voluntariamente a cursos de computación. Cuando lo hacen están sometidos a las mismas pautas restrictivas de sus alumnos, horarios reducidos y poca disponibilidad de máquinas. Es absolutamente necesario romper este molde rígido y abrir las nuevas tecnologías a todos, docentes y alumnos por igual. Para lograrlo no hay nada mejor que crear un ambiente donde los docentes tengan posibilidad de capacitarse, es decir de adquirir nuevos hábitos digitales en forma libre dentro del colegio o en su casa. Es preciso crear "el aula que faltaba" para ellos, con las mayores comodidades y el mejor equipamiento, sin limitación de horario. Nuestra experiencia en el Colegio San Martín de Tours de Buenos Aires resultó alentadora. Cuando comenzamos nuestro asesoramiento nos encontramos con una instrucción informática tradicional a cargo de un pequeño grupo de expertos, en un aula cerrada. Propusimos abrir el juego y ofrecer cursos de computación a todos los docentes que quisieran capacitarse. Poco a poco la situación fue cambiando y ahora el colegio, al cabo de dos años, ha logrado incorporar a todos los docentes y directivos al mundo digital. El colegio cuenta con más de cien docentes capacitados en comunicaciones e informática frente al puñado de expertos en computación del comienzo. La capacitación de los adultos no fue fácil, no todos estaban convencidos de la necesidad de hacerlo, pero revolucionó profundamente el colegio. El aula cerrada con llave se desintegró y las computadoras en red comenzaron a poblar los patios y pasillos de toda la institución. Todos, administrativos, docentes y alumnas, se beneficiaron al poder trabajar en total libertad con las mejores herramientas informáticas.
Esta experiencia señala que, en lugar de restringir el uso de las pocas computadoras de la sala de informática a las contadas "horas de computación", es imprescindible ofrecer a toda la comunidad escolar un acceso libre a las máquinas, en todo momento y en todo lugar. Esto significa que las computadoras deberán estar conectadas en red dentro de la institución, y de esa manera, dejarán de ser computadoras "personales" para transformarse en computadoras "interpersonales", distribuidas por todo el colegio, pasillos, aulas, bibliotecas, patios. El hábito digital se adquiere rápidamente cuando el usuario puede sentarse ante cualquier equipo, en todo momento y en cualquier lugar de la escuela y apropiarse enteramente del instrumento. Esta ubicuidad de las máquinas es una propiedad digital por excelencia, todas las computadoras están conectadas entre sí y conmigo mismo en todo momento y lugar; están a mi disposición y no a la inversa, como sucede en la inmensa mayoría de las escuelas.
Pero la familiaridad no se limita de hecho a la escuela sino que se extiende al hogar. El concepto de "escuela expandida" no es más que la prolongación de la educación en el hogar y en la sociedad. Lamentablemente, los educadores no son líderes genuinos del cambio tecnológico y la mayoría sigue pasivamente las ondas del mercado y de las modas; todavía no todos han adquirido ni reconocen las ventajas del hábito digital en su propia vida personal. Por eso sustentan, en el mejor de los casos, la idea errónea de que sólo el aumento del número de computadoras "en la escuela" podrá hacer avanzar la educación. No se ha tomado conciencia suficiente del formidable recurso existente en los hogares. Una rápida encuesta bastará, sin embargo, para comprobar la riqueza en equipamientos informáticos instalados en el hogar frente a la escasez crónica en la escuela.
Lo que nos preocupa es comprobar que esta enorme riqueza en talento humano y en equipamientos informáticos está desperdiciada para la educación por la sencilla razón de que el hogar no está conectado digitalmente con la escuela. Aquí habrá que impulsar por todos los medios un cambio profundo en conectividad. Lo primero es conectar en red las casas de docentes y alumnos con la escuela si queremos establecer un hábito digital acorde con las necesidades de la globalización moderna. En efecto, en la casa, la computadora familiar es el instrumento de todos, niños y adultos por igual. La conectividad, por otra parte, ha comenzado ya con el uso de Internet en el hogar y su crecimiento prodigioso es un tema en sí mismo. ¡Pero la escuela sigue desconectada de la casa! Esta es una asignatura pendiente. Debemos crear una verdadera escuela expandida, ya que esta conexión digital entre la casa y la escuela será el sustento de la nueva educación.
Pero si la familiaridad con la computadora es condición necesaria para establecer el hábito digital, debemos reconocer que no es suficiente. El uso de la computadora debe tener un significado personal para el usuario. Muchas veces las computadoras están instaladas pero nadie las usa con regularidad ni con provecho. Una prueba infalible es verificar si la computadora está encendida en el escritorio de un directivo o en la sala de docentes. Otra prueba es calcular el número de documentos impresos en papel en un establecimiento educativo. Mientras la computadora se use simplemente como máquina de escribir la institución seguirá inundada de papeles, memos, tareas para corregir, listas, avisos, etcétera Pero la prueba decisiva está en el aula. El ideal para muchos docentes, mal llamados "informatizados", sería contar con una computadora al frente de la sala para controlar la actividad computacional de cada uno de sus alumnos en sus bancos. Es sumamente difícil romper este esquema verticalista, la irradiación de conocimientos desde una fuente única hacia los receptores más o menos bobos de la información.
Nuestro desafío educativo se basa, por el contrario, en superar este modelo centralizado y otorgar la máxima confianza a la inteligencia distribuida en forma horizontal, entre pares. El docente aprenderá a exigir los trabajos prácticos en forma digital a través de la red, la evaluación on line cotidiana de todas las tareas reemplazará al examen final, y todos se encontrarán comunicados con la mayor libertad de consultar, de preguntar, equivocarse y crear. En las escuelas donde esta práctica digital ya ha comenzado, los cambios favorables se suceden a velocidad vertiginosa. Podemos dar testimonio personal de ello.

La nueva cultura digital.

En la práctica, este camino hacia una mayor unión de la sociedad humana exige un cambio de cultura, comenzando por un profundo cambio de hábitos de trabajo en la vida cotidiana. Y esto supone un entrenamiento particular que no es fácil pero merece ser ensayado ya que sus ventajas son evidentes. Por de pronto ayuda a nivelar los tiempos de ocio y de estudio. Disminuye el estrés del cambio. Por ejemplo, salir o volver de vacaciones no significará un salto tan brusco de actividad para los alumnos y profesores. Desaparecerán tanto la urgencia de "dejar todo listo" al partir, como la montaña de tareas al regreso y las decisiones en lista de espera. El "escalón" de las vacaciones se hará menos abrupto, más gentil y podríamos llegar de esta manera a una mayor armonía personal. Este aspecto primará en la educación a distancia, que no se suspenderá jamás por vacaciones. Siempre encontraremos alguien en red con nosotros para aprender y para enseñar, en todo momento. Pero el hecho de estar siempre conectado, de estar siempre en red, no significa estar atado a una tarea sino todo lo contrario, crea una sensación de enorme libertad, que podemos ejercer en cualquier momento y lugar.
Nos atrevemos a pensar que no siempre se descansa cuando uno se "desconecta". Estos nuevos hábitos digitales de estudio comenzarán a desarrollarse en la escuela y continuarán perfeccionándose durante toda la vida bajo la forma de una capacitación permanente. El cambio será muy profundo y tendrá consecuencias insospechadas para la educación en su conjunto, para la sociedad global y para cada uno de nosotros. Lo que se protegerá es el verdadero descanso, absolutamente necesario para el equilibrio físico y espiritual de las personas cuando el trabajo o el estudio transiten con mayor facilidad por las redes digitales. Estos tiempos de descanso y de trabajo no obedecerán más a un rígido cronograma burocrático, estarán regulados por nuestro propio reloj interno.
Un consejo elemental: hay que practicar el ejercicio de eliminar, dentro de lo posible, el documento en papel. Eso lleva tiempo, pues hemos acumulado siglos de una cultura de la impresión sobre papel, montañas de documentos públicos y privados. Ahora sabemos que el papel es caro y se deteriora, que los libros, diarios y revistas no se pueden conservar por largo tiempo, que es preciso encontrar soportes más ecológicos, duraderos y flexibles para su consulta. La respuesta, una vez más, es la digitalización: el bit es incorruptible. Así lo han entendido perfectamente muchos documentalistas y bibliotecarios pero pocos educadores.
Al comienzo se dan situaciones híbridas, a saber, la coexistencia de textos impresos y textos digitalizados, como cuando un arquitecto despliega un plano sobre papel que ha sido generado por computadora y que podría consultarse directamente desde la máquina. Pero con el tiempo será posible adquirir el hábito de comunicarse sin papeles. Incluso el fax de papel resulta obsoleto frente al MODEM / fax que permite enviar y recibir mensajes directamente desde la computadora.
Una vez establecida la red entre los alumnos y sus profesores, las cosas empiezan a marchar a otro ritmo. Uno de los beneficios inmediatos es que disminuye la acumulación de tareas. Comenzamos a resolver los problemas sin agobiarnos porque el trabajo no se acumula, se procesa por partes. En la red digital vivimos "conectados", estamos siempre on line, es decir integramos un sistema de comunicación permanentemente abierto. Con esta enorme ventaja: los mensajes digitales no interfieren con el descanso ni con el trabajo. El destinatario los consultará en el momento más adecuado. Pero la respuesta también puede ser inmediata, si fuera necesario, cuando los interlocutores resuelven encontrarse simultáneamente en línea. Es difícil transmitir el valor de esta experiencia dialogal y digital a distancia.
Este libro ha sido escrito de esta manera y en muchas ocasiones fue procesado durante todo el día y casi toda la noche. Uno de nosotros es búho (prefiere trabajar de noche) el otro alondra (prefiere la madrugada). Este diálogo electrónico no es simplemente una conversación telefónica entre amigos o un intercambio entre autores que comparten muchas ideas. Se trata de un nuevo género de presencia virtual entre interlocutores distantes cuyos mensajes perduran y adquieren como una vida propia. Nuestro libro se fue armando lentamente, al correr de los meses. Nunca desapareció en un cajón, siempre "estaba allí", on line, a nuestra disposición en el espacio digital. Hicimos en total cientos de versiones, con la mayor tranquilidad, sin apuro. Tal vez el resultado no revele suficientemente esta persistente y minuciosa tarea, tejida sin prisa ni pausa. Pero al hacerlo de esta manera experimentamos cómo se desenvuelve un proyecto en el "tiempo digital".

Proyectos digitales.

En nuestra experiencia educativa, donde hemos procesado miles de mensajes electrónicos, observamos que lo primero que mejora es la relación afectiva entre las personas. Esto se debe, como dijimos, a que el diálogo digital no es invasor, no interrumpe una actividad sino que la enriquece. Es curioso, pero el primer dato objetivo en el trabajo digital a distancia es la disminución significativa de los llamados telefónicos. En las instituciones educativas el tema del teléfono es muy serio. Todos sabemos que el uso convencional del teléfono puede llegar a ser alienante ya que el interlocutor queda siempre "expuesto". En cambio, en una comunidad conectada por redes digitales la comunicación telefónica se reduce progresivamente a determinados temas coyunturales mientras que las informaciones más sustanciales transitan entre las personas, pero sólo a través de las computadoras, que obran como un filtro y disminuyen los roces. Además, queda un registro digital en la memoria de la computadora, lo que asegura el seguimiento de cada tema, la privacidad absoluta de los documentos y memos, su consulta rápida, etcétera. Todo ello incita a una actividad más profesional.
En el sistema educativo, lo hemos comprobado muchas veces, los primeros beneficiados por esta nueva cultura son los administradores y directivos. Inmediatamente después comienzan a intervenir los docentes y el círculo se completa cuando ingresan los alumnos, cientos o miles, a la red. Entonces podemos asistir a un fenómeno nunca visto antes en el colegio. Se abre un inmenso abanico de intereses, de cuestiones, de propuestas. Muchas de ellas se expresan por primera vez en público, se presentan en sociedad, se someten a crítica. El comienzo puede ser algo caótico y es preciso que haya docentes con sentido común para orientar (sin censurar) este intenso tráfico de ideas y anuncios. Se plantea inmediatamente la responsabilidad de guiar a los jóvenes usuarios por el camino del respeto mutuo, lo que exige crear también una "etiqueta" digital que elimine la necesidad de una "policía de bits" como dice Negroponte. La tarea no es fácil ni inmediata, pero si la escuela digital sigue un desarrollo normal, al cabo de un tiempo (¿un año?), los mensajes toman un nuevo estilo, disminuyen las trivialidades y aumenta la participación constructiva de todos, alumnos y docentes por igual.
En segundo lugar, en contra de lo que puedan imaginar algunos, la escuela digital enriquece notablemente la calidad del encuentro personal, cara a cara, entre el profesor y su alumno, que es la base de toda educación. En efecto, cuando se ha preparado el encuentro con un intercambio digital previo, detallado e interactivo, el diálogo personal en el aula, en el taller o en el laboratorio se establece sobre un fundamento más firme y sustancial. Más aún, se elimina de esta forma la imposición de muchos traslados inútiles para seguir un curso y se aprovechan mejor las reuniones realmente indispensables. La agenda educativa cambiará sustancialmente cuando disminuyamos la redundancia en nuestra actividad de aprender y de enseñar. Nos reuniremos para celebrar el encuentro más que para pasarnos información. De esa manera evitaremos el mal endémico de la "reunionitis". La escuela digital será esencialmente un lugar para el encuentro, pero un encuentro abierto al mundo.

El tiempo de asimilación.

Para crear un hábito es preciso tiempo. Ese tiempo no puede reducirse a voluntad, es inelástico. Está ligado a la capacidad que poseen los esquemas mentales para "asimilar" la novedad. Este tema ha constituido la principal preocupación de un psicólogo como Jean Piaget. De alguna manera la constitución de nuevos hábitos digitales depende del desarrollo de nuevos esquemas mentales. Este desarrollo no se improvisa ni se impone desde el exterior. Exige una esforzada adaptación a las nuevas características del ambiente digital. Hemos mencionado la exigencia temporal, donde percibimos etapas claramente diferenciadas. Las primeras horas sirven sólo para acceder a los instrumentos (generalmente unas 10 horas son suficientes), después viene un período de aprendizaje (unas 100 horas) y finalmente una larga etapa de práctica. Sólo al superar las 1000 horas podemos afirmar que el usuario ha incorporado (asimilado) un nuevo hábito digital en su vida de estudio y de trabajo. Esta sucesión temporal de carácter logarítmico posiblemente esté relacionada con la creación de nuevos circuitos cerebrales en las diferentes etapas de asimilación de un hábito cognitivo. Sobre el tema hay mucho que investigar todavía, pero todo nos induce a pensar que se trata de un proceso interno de asimilación constructiva más que de una "impregnación" pasiva del ambiente externo. Por eso debemos dar tiempo suficiente al docente y alentarlo para que incorpore estos nuevos usos de las herramientas digitales en su vida. El alumno lo hará naturalmente en el largo proceso de aprendizaje que asegura la escuela.
Uno de los hechos novedosos que aporta la educación digital es que los alumnos aprenden o usan la tecnología más rápidamente que sus maestros. Cualquier intento de revertir esta situación, obligando a "marcar el paso", será inútil y contraproducente. Muchas veces los docentes repiten la misma lección año tras año mientras que sus alumnos se han adelantado al programa debido a que acceden con extrema facilidad a la información digital más actualizada. Para el docente el gran desafío de la educación digital implica "enseñar mientras se aprende", o sea: aprender con sus alumnos y de ellos.
Todavía nadie, debemos reconocer, se ha atrevido a crear una escuela predominantemente digital, donde el alumno desde su primer día de clase contara con todos los elementos necesarios para crear un hábito digital sin pasar por otros intermediarios. Por ejemplo, no se ha estudiado aún el proceso de adquisición de la escritura con niños que usaran "exclusivamente" computadoras frente a otros que siguieran el método tradicional de alfabetización. Una larga experiencia con la alfabetización digital nos inclina a pensar que este método sería significativamente más productivo y rápido que el tradicional. Pero el mero intento de enseñar a escribir a un niño pequeño pulsando las teclas de una computadora en lugar de dibujar las letras con lápices en un papel, representaría para muchos, el equivalente de un "experimento prohibido". Sin embargo creemos que esta prohibición es simplemente un tabú irracional, imposible de justificar. Algún día, no muy lejano, los niños llevarán a la escuela una computadora liviana como una nueva caja de útiles para aprender a escribir. Pero muchos ya habrán aprendido a hacerlo desde sus casas gracias a las máquinas de sus hermanos o amigos.
Esta resistencia al cambio digital es pertinaz. Prueba de ello es que cuando recomendamos el uso de una computadora portátil en la escuela, y a veces en la misma universidad (nos ha sucedido con estudiantes discapacitados, por ejemplo) es preciso superar una enorme cantidad de barreras psicológicas y burocráticas, que revelan hasta qué punto la computadora no es bienvenida sino apenas "tolerada" por la institución. Pero, como dijimos anteriormente, un día esa resistencia caerá estrepitosamente. La educación digital hará entonces irrupción con tanta fuerza que el panorama educativo se transformará irreversiblemente ante el asombro de quienes no supieron o no quisieron dar ese "salto digital". En realidad el muro que nos separa del mundo digital ya ha caído pero pocos se atreven a pasar del otro lado.